Escribo tras el partido entre España y Grecia y no puedo evitar sentir una ilusión especial por lo que está viviendo nuestro baloncesto más allá de los resultados obtenidos. Siempre he relativizado los éxitos puntuales interesándome mucho más los proyectos a medio o largo plazo. Ya sé que eso vende poco, que es menos periodístico y que nada como unas cuantas medallas para que todo el mundo se entusiasme pero permitirme resaltar lo que hoy valoro como trascendental en este fin de semana.
Primero, los 18 puntos de Alba Torrens, tantos puntos como añitos tiene, en su debut olímpico. Alba es una jugadora exterior alta, atlética, dotada de un instinto y una clase excepcional. Fue considerada en su momento como la mejor jugadora europea de su edad y, sin esperar mejores ocasiones, la dirección deportiva de la FEB ha apostado por su presencia en la absoluta demostrando ella a la primera de cambio que está preparada competir en la élite mundial. Ya tenemos otra estrella y en mi opinión eso vale tanto, si no más, que cualquier medalla puntual.
Veinticuatro horas más tarde, vuelvo a ponerme delante del televisor en esa comodísima tarea de “quedado especial” y mi hijo Miquel me comenta: “Tengo ganas de ver a Ricky”. Y sí, salió el niño prodigio, 17 añitos, y la intensidad defensiva aumentó un par de grados, y su chispa ofensiva contagió a sus compañeros y España sumó un parcial de esos fundamentales en partidos trabados. Sin esperar más, Ricky ya está junto a las estrellas consagradas, los mismos que en su momento engancharon a miles de nuevos practicantes.
Que el espectacular presente de nuestro baloncesto masculino y femenino lo protagonicen también jóvenes de 17 y 18 años entusiasma todavía más.
domingo, 10 de agosto de 2008
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