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viernes, 18 de junio de 2010

Pau o el triunfo de la inteligencia

Hace años que estoy convencido que la educación – la buena educación – va directamente ligada a la inteligencia. Cuanto mayor coeficiente mayor sentido común, mejor comportamiento y, sobretodo, mayor capacidad para afrontar nuevos retos. Recuerdo hace casi una década que pensé que las posibilidades de que Gasol triunfara en la NBA eran mayores no sólo por su proyección como jugador sino por su inteligencia como persona. Me alegra muchísimo no haberme equivocado. A lo largo de estos años he coincidido con muchos entrenadores que afirmaban que los jugadores educados e inteligentes – dos virtudes, como digo, generalmente unidas – solían acabar rindiendo más y mejor que los que tenían el comportamiento opuesto.

La vida deportiva de Pau Gasol es un claro ejemplo de capacidad para afrontar nuevas dificultades con una mentalidad fabulosa. Podríamos identificarle a Rafa Nadal y veríamos como en ambos casos hay mucha y buena educación, mucha capacidad para trabajar y, sobretodo, para competir. Ese conjunto de virtudes que se añaden a las específicas de su deporte, les permite aceptar de buen grado y con excelente talante la dureza de los entrenamientos, la compañía de otros deportistas – compañeros o rivales - y, por encima de todo, la capacidad para valorar que están viviendo los mejores momentos de su vida. Que son unos privilegiados y a la vez un referente para miles, millones de jóvenes.

El triunfo de Gasol es el triunfo de todos los que amamos el baloncesto. Sus lágrimas de emoción salen de la capacidad para dimensionar la importancia de ser quien es, de conseguir lo que muy pocos baloncestistas han logrado en la historia. Pau sigue creciendo y con los años se convierte en cada vez mejor jugador y mejor individuo. Cada vez un grado más de inteligencia, de sensibilidad y esa progresión deportiva y humana parte de la base de una formación integral adecuada. Felicidades a él y a los que contribuyeron a su formación como persona y como deportista.

Pau Gasol o el triunfo de la inteligencia

Hace años que estoy convencido que la ecuación – la buena educación – va directamente ligada a la inteligencia. Cuanto mayor coeficiente mayor sentido común, mejor comportamiento y, sobretodo, mayor capacidad para afrontar nuevos retos. Recuerdo hace casi una década que pensé que las posibilidades de que Gasol triunfara en la NBA eran mayores no sólo por su proyección como jugador sino por su inteligencia como persona. Me alegro muchísimo no haberme equivocado. A lo largo de estos años he coincidido con muchos entrenadores que afirmaban que los jugadores educados e inteligentes – dos virtudes, como digo, generalmente unidas – solían acabar rindiendo más y mejor que los que tenían el comportamiento opuesto.

La vida deportiva de Pau Gasol es un claro ejemplo de capacidad para afrontar nuevas dificultades con una mentalidad fabulosa. Podríamos identificarle a Rafa Nadal y veríamos como en ambos casos hay mucha y buena educación, mucha capacidad para trabajar y, sobretodo, para competir. Ese conjunto de virtudes que se añaden a las específicas de su deporte, les permite aceptar de buen grado y con excelente talante la dureza de los entrenamientos, la compañía de otros deportistas – compañeros o rivales - y, por encima de todo, la capacidad para valorar que están viviendo los mejores momentos de su vida. Que son unos privilegiados y a la vez un referente para miles, millones de jóvenes.

El triunfo de Gasol es el triunfo de todos los que amamos el baloncesto. Sus lágrimas de emoción salen de la capacidad para dimensionar la importancia de ser quien es, de conseguir lo que muy pocos baloncestistas han logrado en la historia. Pau sigue creciendo y con los años se convierte en cada vez mejor jugador y mejor individuo. Cada vez un grado más de inteligencia, de sensibilidad y esa progresión deportiva y humana parte de la base de una formación integral adecuada. Felicidades a él y a los que contribuyeron a su formación como persona y como deportista.

miércoles, 16 de junio de 2010

Ganar después de ganar

En el deporte actual, con todos los componentes técnicos, tácticos y físicos, que lo mejoran y lo igualan, el intangible basado en el deseo se convierte en uno de los factores diferenciales.


Nuevamente la “ley de pista”. En apenas unas horas dos claros ejemplos de que el deporte entiende cada vez menos de teorías, de pronósticos, de previsiones basadas más en lo que pasó que en lo que puede pasar. Incluso los expertos caen en las trampas de un deporte que, cuando empieza en partido, reduce las diferencias entre los contrincantes igualándolo desde argumentos basados en la estrategia, en la capacidad física, en el deseo, el hambre…

Los entrenadores son el colectivo que más consciente es de la progresiva igualdad de fuerzas. Los que mejor entienden la influencia de los pequeños detalles y de esos matices que pueden decantar la balanza “sorprendentemente”. Quizás por eso se sienten más solos que nunca, más incomprendidos que nunca. Porque por mucho que se empeñen en avisar de los peligros del exceso de confianza, por mucho que recuerden insistentemente la dificultad de cualquier rival, saben que ese discurso difícilmente será tomado en cuenta ni por sus jugadores ni, por supuesto, por el entorno.

Por eso, rentabilizar las derrotas suele ser la mejor de las inversiones. Por mucho que se insista en el mensaje no hay argumento más contundente que el marcador final. Esa “sorpresa” que de pronto hace volver a la tierra a todos, tomar conciencia de las limitaciones y afrontar el futuro con muchas dosis de humildad, de hambre, de deseo… Una derrota sirve más que mil palabras.

Entiendo perfectamente cuando Pep Guardiola daba un enorme valor a la capacidad de sus jugadores de “seguir teniendo hambre de victorias” tras seis títulos conseguidos. Sabía el actual entrenador – antes jugador – de esa casi inconsciente trampa que atrapa a los jugadores tras la obtención de algún éxito y que les impide afrontar el siguiente reto con la ambición necesaria. En el deporte actual, con todos los componentes técnicos, tácticos, físicos, que lo mejoran y lo igualan, el intangible basado en el deseo se convierte en uno de los factores diferenciales.

miércoles, 2 de junio de 2010

"Hacer club"

Durante el II Congreso Adecco tuve el privilegio de moderar un interesante debate entre gente del baloncesto. Ahí estaban Fernando Romay, Mario Pesquera, Javier Imbroda, Elisa Aguilar, Rafa Monclova, Felipe Llamazares y, desde la distancia, José Manuel Calderón debatiendo sobre los valores del baloncesto tanto desde el ámbito exclusivamente deportivo en lo referente a jugadores, entrenadores y árbitros como incluso desde el organizativo, dedicado a los responsables de los clubes.

Mucha experiencia, mucho baloncesto representado por figuras de nuestro deporte que han vivido y en algunos casos siguen viviendo, diferentes realidades. De entre las muchas frases interesantes que se pronunciaron durante las casi dos horas de intenso debate me quedo con la que propuso Fernando Romay y a la que quiero dedicar un apartado especial. “Más que equipos, se debe trabajar para “hacer clubes”.

La vida pasa deprisa y la relatividad del tiempo hace que lo que hoy es trascendente el futuro lo convierte en anecdótico. Por lo tanto no acabo de entender las prisas provenientes de profesionales veteranos, las “urgencias históricas” que diría aquel, con las que se mueven algunos clubes deseosos de solucionar de inmediato lo que el deporte obliga a requerir un tiempo. Más, o además, que “hacer equipos” los clubes tienen la necesidad de crear proyectos que estén por encima incluso de las personas que los lideran. Los clubes tienen que crecer desde las diferentes áreas de acuerdo con sus posibilidades sin que el no llegar a la cima de inmediato provoque frustraciones.

Se habló en ese debate de la necesidad de implicar a la ciudad, al aficionado, en el proyecto del club. De buscar una identificación entre equipo y población, de conseguir que los jóvenes de esos lugares, sean del propio club o de la población, se ilusionen con la posibilidad de algún día llegar a ser los protagonistas de los sueños de ese club. Hay que conseguir combinar ambición con realidad. Hay que seguir creyendo en la utopía pero desde los proyectos basados en los valores del trabajo desde la base, del esfuerzo de todos – directivos, entrenadores, directores deportivos - por ser mejores, de la superación individual y colectiva. Todos esos valores del baloncesto y del deporte proporcionarán más estabilidad a los clubes y a la postre más éxito que aquellos proyectos exclusivamente impulsados por el dinero.