Acabo de ver y oír las declaraciones de los entrenadores y jugadores de la selección USA calificando a nuestra selección de “maravillosa” y la final olímpica como “el mejor partido oficial jamás disputado”. Aparecen en las imágenes eufóricos, entusiasmados por poder haber ganado el oro deseado ante un rival de “altísimo nivel”. También ellos valoran la victoria como algo especial porque todo sabe mejor si se consigue sufriendo.
Comparto la idea de que con un arbitraje FIBA podríamos hablar hoy de algo todavía más importante para nuestro baloncesto pero, sinceramente, por primera vez creo que en la historia del deporte la forma de jugar esta final superó incluso la trascendencia del resultado. Jugando al nivel que lo hizo nuestra selección, ganó perdiendo y por eso los jugadores acabaron abrazados en el centro de la pista celebrando la plata pero sobretodo, celebrando su capacidad para competir de igual a igual contra los mejores jugadores del mundo.
La sensación que tenían los jugadores al final del partido era la misma que la gran mayoría de practicantes anónimos o no a este deporte. El que piensa como un deportista sabe que el rendimiento está por encima del resultado. Que cuando uno da todo y juega a su nivel más alto, ya ha ganado. En esta ocasión y manera excepcional no valdrá aquella maldita frase de que la “historia sólo recuerda a los ganadores”. No, la historia recordará esta final olímpica como el partido más importante y significativo jamás visto. En España, en Estados Unidos y en el mundo.
lunes, 25 de agosto de 2008
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