De un tiempo a esta parte alimento la teoría de que el baloncesto moderno devorará la especie de los aleros. Que este juego, como afirmaba sarcásticamente Josep María Margall hace unos años, “es cosa de bases y pivots”. Era gracioso oírle tal afirmación siendo él uno de los referentes en esa posición contemporáneo además de otro como Epi, símbolo del alero por excelencia. Pero, opinión personal, el tiempo empieza a dar forma a esa radical afirmación del “Matraco”.
Cuando Aíto dio la lista definitiva de los “doce de Pekín” visualicé un quinteto con Ricky, Calderón y Rudy Fernández juntos y si no, con Navarro, o con Raül López, es decir, muchos minutos del partido con tres “pequeños” en pista, con tres jugadores exteriores con capacidad para subir el balón, para ponerla en el suelo en los bloqueos directos, para presionar toda pista… en definitiva para hacer lo que se le pide hoy a un base.
El menor tiempo de posesión y la mayor presión de las defensas provoca que los equipos necesiten tener en pista como mínimo dos jugadores que sean capaces de subir el balón. La figura del base clásico – Corbalán, Creus, Solozabal – se difumina en beneficio de otro perfil quizás menos director que permita iniciar los ataques - “llegar jugando” - y no tanto los sistemas, cada vez más cortos y basados en conceptos.
Los aleros, los “treses”, evolucionan hacia una posición que se confunde con “falsos cuatros” volviendo a aquello tan hablado hace un par de décadas de jugar con tres pequeños o tres grandes. Viendo el partido contra China y la remontada con Ricky, Calderón y Rudy juntos, corriendo la pista y con los hermanos Gasol cerca del aro me acordé nuevamente de la teoría del “Matraco”. “Esto es cosa de bases y pivots”.
martes, 12 de agosto de 2008
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