Javi, no se nada de ti desde hace décadas pero aunque muy tarde, te doy las gracias por haber sido un buen entrenador cuando más lo necesitaba. Justo cuando empezaba.
Me viene a la memoria su nombre mientras veo como mi hijo Miquel, premini, se empieza entusiasmar con el baloncesto. Javier Gimeno fue mi primer entrenador cuando me apunté al equipo de mini basquet del colegio. Sí, él fue mi entrenador hasta cadetes y pasadas varias décadas lo recuerdo perfectamente como un tipo serio, ordenado, exigente y a la vez interesado por cada paso de nuestra progresión. Sí, recuerdo perfectamente como un día le oí exclamar mi nombre acompañado de un “¡Muy bien!” con una alegría desmesurada porque había sido capaz de anotar mi primera canasta con la derecha yo, un zurdo radical. Lo recuerdo dirigiendo con firmeza desde el banquillo, interesándose por mis notas antes de un entrenamiento o llevándome en autobús a hacer las pruebas en un equipo federado.
Fue mi primer entrenador y seguramente el responsable de que el bicho del baloncesto se metiera en mi cuerpo y no me abandonara jamás. Supo transmitirme los valores fundamentales y lo hizo sin demasiados razonamientos ni discursos sino simplemente con el ejemplo. Hace pocas semanas me encontré con uno de mis compañeros de equipo del colegio, Josep María Jolonch, traumatólogo de profesión y médico del Viladecans de LF2 de vocación. También hacía décadas que no nos veíamos y cuando empezamos a recordar viejos tiempos el nombre de Javier Gimeno apareció de pronto. Yo, que no tengo demasiada memoria ni para las caras ni mucho menos para los nombres, me sorprendo a mi mismo reteniendo esa figura de mi niñez. No debe tener más secreto que el de haber sido el primer buen entrenador que conocí.
Las sensaciones que se reciben en esos años de iniciación al baloncesto son determinantes en el futuro. Por eso la responsabilidad de los primeros entrenadores, de los formadores, es enorme. De ellos, de sus formas, de su capacidad para generar ilusión dependerá seguramente que ese niño-niña se enganche al baloncesto de por vida.
Me viene a la memoria su nombre mientras veo como mi hijo Miquel, premini, se empieza entusiasmar con el baloncesto. Javier Gimeno fue mi primer entrenador cuando me apunté al equipo de mini basquet del colegio. Sí, él fue mi entrenador hasta cadetes y pasadas varias décadas lo recuerdo perfectamente como un tipo serio, ordenado, exigente y a la vez interesado por cada paso de nuestra progresión. Sí, recuerdo perfectamente como un día le oí exclamar mi nombre acompañado de un “¡Muy bien!” con una alegría desmesurada porque había sido capaz de anotar mi primera canasta con la derecha yo, un zurdo radical. Lo recuerdo dirigiendo con firmeza desde el banquillo, interesándose por mis notas antes de un entrenamiento o llevándome en autobús a hacer las pruebas en un equipo federado.
Fue mi primer entrenador y seguramente el responsable de que el bicho del baloncesto se metiera en mi cuerpo y no me abandonara jamás. Supo transmitirme los valores fundamentales y lo hizo sin demasiados razonamientos ni discursos sino simplemente con el ejemplo. Hace pocas semanas me encontré con uno de mis compañeros de equipo del colegio, Josep María Jolonch, traumatólogo de profesión y médico del Viladecans de LF2 de vocación. También hacía décadas que no nos veíamos y cuando empezamos a recordar viejos tiempos el nombre de Javier Gimeno apareció de pronto. Yo, que no tengo demasiada memoria ni para las caras ni mucho menos para los nombres, me sorprendo a mi mismo reteniendo esa figura de mi niñez. No debe tener más secreto que el de haber sido el primer buen entrenador que conocí.
Las sensaciones que se reciben en esos años de iniciación al baloncesto son determinantes en el futuro. Por eso la responsabilidad de los primeros entrenadores, de los formadores, es enorme. De ellos, de sus formas, de su capacidad para generar ilusión dependerá seguramente que ese niño-niña se enganche al baloncesto de por vida.
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