En el deporte actual, con todos los componentes técnicos, tácticos y físicos, que lo mejoran y lo igualan, el intangible basado en el deseo se convierte en uno de los factores diferenciales.
Nuevamente la “ley de pista”. En apenas unas horas dos claros ejemplos de que el deporte entiende cada vez menos de teorías, de pronósticos, de previsiones basadas más en lo que pasó que en lo que puede pasar. Incluso los expertos caen en las trampas de un deporte que, cuando empieza en partido, reduce las diferencias entre los contrincantes igualándolo desde argumentos basados en la estrategia, en la capacidad física, en el deseo, el hambre…
Los entrenadores son el colectivo que más consciente es de la progresiva igualdad de fuerzas. Los que mejor entienden la influencia de los pequeños detalles y de esos matices que pueden decantar la balanza “sorprendentemente”. Quizás por eso se sienten más solos que nunca, más incomprendidos que nunca. Porque por mucho que se empeñen en avisar de los peligros del exceso de confianza, por mucho que recuerden insistentemente la dificultad de cualquier rival, saben que ese discurso difícilmente será tomado en cuenta ni por sus jugadores ni, por supuesto, por el entorno.
Por eso, rentabilizar las derrotas suele ser la mejor de las inversiones. Por mucho que se insista en el mensaje no hay argumento más contundente que el marcador final. Esa “sorpresa” que de pronto hace volver a la tierra a todos, tomar conciencia de las limitaciones y afrontar el futuro con muchas dosis de humildad, de hambre, de deseo… Una derrota sirve más que mil palabras.
Entiendo perfectamente cuando Pep Guardiola daba un enorme valor a la capacidad de sus jugadores de “seguir teniendo hambre de victorias” tras seis títulos conseguidos. Sabía el actual entrenador – antes jugador – de esa casi inconsciente trampa que atrapa a los jugadores tras la obtención de algún éxito y que les impide afrontar el siguiente reto con la ambición necesaria. En el deporte actual, con todos los componentes técnicos, tácticos, físicos, que lo mejoran y lo igualan, el intangible basado en el deseo se convierte en uno de los factores diferenciales.
Nuevamente la “ley de pista”. En apenas unas horas dos claros ejemplos de que el deporte entiende cada vez menos de teorías, de pronósticos, de previsiones basadas más en lo que pasó que en lo que puede pasar. Incluso los expertos caen en las trampas de un deporte que, cuando empieza en partido, reduce las diferencias entre los contrincantes igualándolo desde argumentos basados en la estrategia, en la capacidad física, en el deseo, el hambre…
Los entrenadores son el colectivo que más consciente es de la progresiva igualdad de fuerzas. Los que mejor entienden la influencia de los pequeños detalles y de esos matices que pueden decantar la balanza “sorprendentemente”. Quizás por eso se sienten más solos que nunca, más incomprendidos que nunca. Porque por mucho que se empeñen en avisar de los peligros del exceso de confianza, por mucho que recuerden insistentemente la dificultad de cualquier rival, saben que ese discurso difícilmente será tomado en cuenta ni por sus jugadores ni, por supuesto, por el entorno.
Por eso, rentabilizar las derrotas suele ser la mejor de las inversiones. Por mucho que se insista en el mensaje no hay argumento más contundente que el marcador final. Esa “sorpresa” que de pronto hace volver a la tierra a todos, tomar conciencia de las limitaciones y afrontar el futuro con muchas dosis de humildad, de hambre, de deseo… Una derrota sirve más que mil palabras.
Entiendo perfectamente cuando Pep Guardiola daba un enorme valor a la capacidad de sus jugadores de “seguir teniendo hambre de victorias” tras seis títulos conseguidos. Sabía el actual entrenador – antes jugador – de esa casi inconsciente trampa que atrapa a los jugadores tras la obtención de algún éxito y que les impide afrontar el siguiente reto con la ambición necesaria. En el deporte actual, con todos los componentes técnicos, tácticos, físicos, que lo mejoran y lo igualan, el intangible basado en el deseo se convierte en uno de los factores diferenciales.
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