Siempre he tenido la sensación que los entrenadores de alto nivel son aquellos capaces de conseguir salvar con éxito partidos grises. Aquellos que consiguen que sus equipos sobrevivan en el desacierto esperando la oportunidad para amarrar la victoria en el momento preciso. Tras presenciar in situ o en la distancia bastantes partidos de equipos dirigidos por Obradovic o Messina muchas veces me he quedado con la sensación de que habían conseguido el triunfo gracias a saber resistir durante minutos críticos para jugar adecuadamente los momentos claves del partido.
Está claro que los dos finalistas de la Euroliga, que entre los dos suman once títulos por cierto, tienen a sus respectivos equipos, los actuales y todos los que entrenaron anteriormente, absolutamente atados. Pocos jugadores se salen del guión establecido previamente y al que se le ocurre hacerlo o lo acompaña de acierto o visita inmediatamente el banquillo. Y eso no sucede sólo en las grandes finales sino que esos equipos se acostumbran a jugar, incluso a entrenar, siempre con la misma presión por mantener el control. Se acostumbran “a saber jugar mal” – entendiendo por jugar mal no estar especialmente acertados - conscientes de que a lo largo de la temporada se producirán bastantes partidos de esas características y, es muy probable, que uno de esos partidos “malos” coincida con una semifinal o final.
David Andersen, el mejor jugador azulgrana en la semifinal ante el CSKA, quizás el único que mejoró su nivel habitual en el momento cumbre de la temporada, confesaba semanas atrás que la principal característica de Messina era presionar al jugador desde el primer minuto de la pretemporada hasta el último del partido final. Que uno, mentalmente, al final se acostumbraba a jugar siempre con tanta exigencia que no diferenciaba un partido intrascendente de uno decisivo. Los jugadores entrenados por Obradovic, aún con matices, coinciden en esa valoración y, recordando el paso de Pesic por el Barcelona, en la única temporada que los azulgranas conquistaron la Euroliga, todos sin excepción acabaron exhaustos por la continua exigencia, hasta límites insoportables, de su entrenador.
No coincido en restar méritos a esos entrenadores amparándose en que cada vez que han conseguido ganar finales tenían en sus plantillas a los mejores jugadores porque ni siempre ha sido así ni el hecho de tener las mejores individualidades garantiza en el deporte moderno tener el mejor equipo. Tampoco quiero entrar en el debate sobre cuestiones estéticas ya que eso seguramente será muy subjetivo. Contra gustos, colores. Lo que sí es un hecho es que los dos entrenadores europeos más laureados en los últimos años tienen en común esa capacidad para conseguir que sus equipos sepan competir mejor, sepan sobrevivir en los momentos críticos, sepan superar los peores minutos y tengan la virtud de llegar vivos y mentalmente fuertes a los instantes decisivos.
Miguel Panadés (Publicado en Gigantes del Basket)
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