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domingo, 10 de octubre de 2010

Navarro, Pau Gasol y la esencia del juego

La noche en que el Barcelona derrotó a los Lakers ante los ojos del mundo significó para nuestro baloncesto el triunfo más grande de su esencia, de los principios en los que ha basado los éxitos internacionales de los últimos años.


Hace ya unos cuantos años hubo quien proclamó a los cuatro vientos la necesidad de fomentar la creatividad, el talento, el descaro del jugador por encima de los corsés tácticos. Hubo quien desde diferentes áreas de influencia apostó claramente por el baloncesto de actor por encima del de autor. Quien entendió que lo más importante del juego lo aportan los jugadores, protagonistas principales de éste y todos los deportes, sean individuales o colectivos.

Jugadores talentosos, descarados, valientes, técnicamente preparados, son los que nos han proporcionado mayores satisfacciones al deporte. Jugadores formados adecuadamente, dotados de un instinto especial e impulsados por sus entrenadores a desarrollar su ingenio en la pista. Navarro y Pau son dos ejemplos, curiosamente dos amigos desde la infancia, curiosamente dos jugadores que desde muy jóvenes destacaron mucho más por su inteligencia y calidad que por su músculo. Cada uno en un estilo, cada uno de una manera diferente pero ambos explotando sus virtudes, su esencia.

Y ese desarrollo personal les ha llevado a convertirse en los dos mejores jugadores españoles del momento. Esa fidelidad a una manera de entender el baloncesto basada en la lectura del juego, en la mirada, en la técnica como principal argumento para luego, evidentemente, dotar a ese juego de las necesarias dosis de velocidad y calidad física. Dos ejemplos que deben ser utilizados como referentes para las nuevas generaciones de jugadores y ¡sobretodo! de entrenadores.

Porque si alguien hubiese pensado que ni uno ni otro podrían haber llegado a la élite por enclenques – lo eran – el baloncesto se hubiese quedado sin dos superstrellas. Porque si algún obseso del músculo hubiese querido transformar sus cuerpos el resultado siempre hubiese sido inferior. La lección que el baloncesto nos enseña con Navarro y Pau Gasol es que a partir del talento hay que trabajar para que el jugador desarrolle su creatividad, su baloncesto. Y que además, ese tipo de jugadores talentosos no dejan jamás de ser ellos mismo para a partir de ahí progresar, crecer deportivamente, adaptarse a las nuevas y constantes dificultades superándolas desde la calidad.

Seamos inteligentes desde la formación y ayudemos a los jugadores a ser ellos orientándoles y educándolos en aquellos aspectos mejorables. Es obvio que la mayoría de “mortales” no son ni serán estrellas pero sí que hay algunos que tienen algo especial que vale la pena fomentar, algo que no siempre está a la vista por lo que vale la pena apostar. Navarro y Pau Gasol representan la esencia del baloncesto y esa esencia les permite meter 25 puntos cada uno en el partido que enfrenta al mejor equipo europeo y al mejor de la NBA. Esa esencia les ha permitido, junto a sus compañeros, colgarse la medalla de oro en un Mundial o protagonizar la mejor final olímpica de la historia además de ganar todos los títulos ganables con sus respectivos equipos. Que ese ejemplo sirva para todos y que desde minibasket los entrenadores fomenten en sus jugadores, además de la imprescindible buena educación deportiva, la calidad, la esencia.

martes, 5 de octubre de 2010

Alma de Campeonas

BRONCE HISTÓRICO EN EL MUNDIAL DE CHEQUIA

Alma de campeonas (Crónica publicada en Gigantes del Basket)

Cruce de cuartos, menos de treinta segundos para el final, seis puntos abajo, balón de Francia… ¿todo perdido? Quizás para la gran mayoría de equipos pero no para un grupo de jugadoras con alma de campeonas. España recuperó el balón, forzó la prórroga y ganó. Fue la gran victoria del baloncesto femenino español que dio paso a otra todavía más trascendente y que permitió colgarse una medalla de bronce que supo a oro. Fue el Mundial de la magia. Maravilloso, inolvidable. Un extraordinario regalo para el deporte español. ¡Felicidades!

Miguel Panadés

La noche del viernes 1 de Octubre de 2010 quedará guardada en la memoria de todos quienes, allí en Chequia o desde España a través de Marca TV, vivimos con emoción un partido extraordinario. Fue la noche de la magia – “el alma nos hizo ganar” afirmaba José Luis Sáez -, de la justicia deportiva con una selección que desde hace mucho más de una década no paró nunca de pelear por estar siempre junto a las grandes del baloncesto internacional, de cosechar medallas en Europeos en todas las categorías, senior y de formación, y que esta vez sí consiguió el éxito a mundialista. Esa noche de viernes jugaban España – Francia, o lo que era lo mismo, un partido que significaba la frontera entre el éxito de estar entre las cuatro mejores del mundo o la decepción de quedarse nuevamente a las puertas. Y fue ÉXITO, sí el éxito de las jugadoras – “es un equipo que me tiene enamorada”, confesaba la ya mítica Betty Cebrián, el de una Federación indiscutiblemente sensible con TODO el baloncesto desde la base hasta la élite. Todos, todas, gente de baloncesto y recién llegados, estuvieron esa noche presionando en defensa, tirándose por los suelos para recuperar el balón. Todas las jugadoras, conocidas o anónimas, fueron Valdemoro, todas estuvieron dando el último paso en la entrada de Amaya que nos llevó a la prórroga. Era es la gran canasta del baloncesto español, de todo el trabajo desde los colegios, desde los clubes, desde el centro de tecnificación Siglo XXI. El gran trabajo de todos y todas las que suman desde el silencio por el bien de un deporte que es protagonista en España por ser el que más licencias femeninas suma. ¡Felicidades!

Sí, sí, hablamos del Mundial y cuando se toca el cielo hay que acordarse siempre no sólo de la tierra sino de más adentro, de las raíces, de los orígenes. Porque en esa selección que hizo historia se unían generaciones que representaban perfectamente toda la trayectoria de los últimos años. Ahí estaba la líder Valdemoro con 34 años, “una jugadora irrepetible”, según palabras de Ángel Palmi, Director Deportivo de la FEB y pieza clave en los éxitos de todas – TODAS – las selecciones – que en sus dieciséis años en el cargo ha vivido la formación, evolución, consolidación de la propia Amaya y de la selección española femenina. “Lo que han hecho estas jugadoras es una demostración de calidad y de carácter, de saber estar dentro y fuera de la pista, de ir por un mismo camino independientemente de la edad, de la generación, de la experiencia. Ha sido un campeonato sobresaliente” afirmó Palmi, orgulloso de no sólo del presente sino de toda una trayectoria repleta de éxitos. Porque junto a Amaya Valdemoro, Ana Montañana o Sancho Little estaba la joven Alba Torrens representando el relevo generacional, el futuro. La factoría no para de producir jugadores en diferentes edades y unas van transmitiendo experiencias a otras y entre todas consiguen crear un bloque potente en calidad, en mentalidad, en físico, en carácter pero, sobretodo, en corazón. Alba fue decisiva en el partido por el bronce asumiendo un protagonismo que ilusiona mirando al futuro.

España firmó un campeonato perfecto porque en las dos primeras fases tan sólo cayeron y al final del partido, frente a la siempre potente Rusia. Esa trayectoria le permitió evitar a las durísimas Australia y Estados Unidos en el cruce decisivo de cuartos. En ese partido tuvo que superar eso sí a la selección de Francia, actual campeona de Europa en el partido épico. Se había conseguido el objetivo soñado y una vez en la “fiesta final” de la lucha por las medallas una primera cita ante la todopoderosa Estados Unidos y la sensación de que la medalla era posible al ver como tanto Rusia como Australia se habían caído del campeonato en la demostración del mérito o dificultad que significa llegar hasta ahí. Paradójicamente, la anfitriona Chequia, que eliminó a Australia en las semis y se coló en la final fue fulminada por España (+20) en la segunda fase en una portentosa demostración de las nuestras.

NO FUE UN MILAGRO

Por mucho que se recurriera al tópico no, no fue un milagro. El triunfo frente a Francia en los cuartos de final fue simple y llanamente una cuestión de baloncesto, de cosas que pasan – pocas pero suficientes - en un deporte donde nada está ganado ni perdido hasta que acaba el partido. Las remontadas “imposibles” a veces se hacen realidad cuando se unen dos factores. Uno, el deseo, el corazón de quien debe protagonizarlas y otro la mentalidad adecuada que primero consigue evitar darse por vencido antes de tiempo y posteriormente otorga la fuerza psicológica para afrontar el reto con el carácter adecuado. España, en ese partido clave que siempre aparece en cada campeonato, abrazó esas virtudes y consiguió la victoria más soñada, esa que le permitía traspasar la frontera de los cruces en un hito histórico que situaba a las jugadoras españolas en lo más alto jamás logrado por la selección en un Mundial. Pese a ir 12 puntos abajo en el último cuarto y entrar en el último medio minuto – ese que pasará a la historia del baloncesto español – seis abajo nuestras jugadoras decidieron “morir” por la victoria. En esos momentos no importó ni tan siquiera que la estrella nacionalizada española Sancho Little, pieza fundamental para darle a España la consistencia necesaria para competir con las mejores, estuviera lesionada en el banquillo. No importaba nada porque el único objetivo era defender a muerte, recuperar balones y encomendarse a la casta de una extraordinaria Amaya Valdemoro para hacer posible la remontada. Y llegó en el último suspiro con esa canasta que todos y todas celebramos como la más importante en la historia del baloncesto femenino español.

SIN DESAGASTE ANTE USA, IMPECABLES ANTE BIELORUSIA
España compitió dignamente en las semifinales ante una selección de Estados Unidos hoy por hoy inalcanzable. El seleccionador optó por reservar fuerzas para la FINAL del día siguiente. Porque era evidente que ante Bielorusia – sorprendente rival que destrozó a Rusia en cuartos – era una final. El bronce era el oro. Era la oportunidad de culminar una etapa extraordinaria de nuestro baloncesto femenino. La gran cita. Y en esa cita salió lo mejor de cada una. Se fusionaron sobre el parquet todas las virtudes de pasado, presente y futuro que ha dado y dará nuestro baloncesto femenino. España disfrutó de la final, gozó minuto a minuto en su viaje hacia el podio, hacia ese lugar que nunca antes había visitado en un Mundial. Y una vez ahí las lágrimas, el orgullo de un grupo de jugadoras que no han dejado de sumar medallas desde las selecciones de formación hasta la absoluta. Sí, fue el gran triunfo del baloncesto femenino, de todos y todas, sin excepción. De Nichols, de Lima, de Lyttle, de Nuria Martínez, de Lucila Pascua, de Laia Palau, de Elisa Aguilar, de Ana Montañana, de Amaya Valdemoro, de Anna Cruz, de Alba Torrens, de Marta Fernández, de las descartadas anteriormente, de José Ignacio Hernández, de Roberto Hernández y Susana García como entrenadores ayudantes, de Domingo Salinas, de Gemma Hernández, de Pilar Delgado, de Yolanda Aranzana, de Nuria Galcerán, de Carlos Sainz, de Naia… sí de todos y de todas y de quienes no aparecerán nunca en la foto pero siempre están ahí, trabajando para el baloncesto. Gracias a todas y a todos.