La noche en que el Barcelona derrotó a los Lakers ante los ojos del mundo significó para nuestro baloncesto el triunfo más grande de su esencia, de los principios en los que ha basado los éxitos internacionales de los últimos años.
Hace ya unos cuantos años hubo quien proclamó a los cuatro vientos la necesidad de fomentar la creatividad, el talento, el descaro del jugador por encima de los corsés tácticos. Hubo quien desde diferentes áreas de influencia apostó claramente por el baloncesto de actor por encima del de autor. Quien entendió que lo más importante del juego lo aportan los jugadores, protagonistas principales de éste y todos los deportes, sean individuales o colectivos.
Jugadores talentosos, descarados, valientes, técnicamente preparados, son los que nos han proporcionado mayores satisfacciones al deporte. Jugadores formados adecuadamente, dotados de un instinto especial e impulsados por sus entrenadores a desarrollar su ingenio en la pista. Navarro y Pau son dos ejemplos, curiosamente dos amigos desde la infancia, curiosamente dos jugadores que desde muy jóvenes destacaron mucho más por su inteligencia y calidad que por su músculo. Cada uno en un estilo, cada uno de una manera diferente pero ambos explotando sus virtudes, su esencia.
Y ese desarrollo personal les ha llevado a convertirse en los dos mejores jugadores españoles del momento. Esa fidelidad a una manera de entender el baloncesto basada en la lectura del juego, en la mirada, en la técnica como principal argumento para luego, evidentemente, dotar a ese juego de las necesarias dosis de velocidad y calidad física. Dos ejemplos que deben ser utilizados como referentes para las nuevas generaciones de jugadores y ¡sobretodo! de entrenadores.
Porque si alguien hubiese pensado que ni uno ni otro podrían haber llegado a la élite por enclenques – lo eran – el baloncesto se hubiese quedado sin dos superstrellas. Porque si algún obseso del músculo hubiese querido transformar sus cuerpos el resultado siempre hubiese sido inferior. La lección que el baloncesto nos enseña con Navarro y Pau Gasol es que a partir del talento hay que trabajar para que el jugador desarrolle su creatividad, su baloncesto. Y que además, ese tipo de jugadores talentosos no dejan jamás de ser ellos mismo para a partir de ahí progresar, crecer deportivamente, adaptarse a las nuevas y constantes dificultades superándolas desde la calidad.
Seamos inteligentes desde la formación y ayudemos a los jugadores a ser ellos orientándoles y educándolos en aquellos aspectos mejorables. Es obvio que la mayoría de “mortales” no son ni serán estrellas pero sí que hay algunos que tienen algo especial que vale la pena fomentar, algo que no siempre está a la vista por lo que vale la pena apostar. Navarro y Pau Gasol representan la esencia del baloncesto y esa esencia les permite meter 25 puntos cada uno en el partido que enfrenta al mejor equipo europeo y al mejor de la NBA. Esa esencia les ha permitido, junto a sus compañeros, colgarse la medalla de oro en un Mundial o protagonizar la mejor final olímpica de la historia además de ganar todos los títulos ganables con sus respectivos equipos. Que ese ejemplo sirva para todos y que desde minibasket los entrenadores fomenten en sus jugadores, además de la imprescindible buena educación deportiva, la calidad, la esencia.
Hace ya unos cuantos años hubo quien proclamó a los cuatro vientos la necesidad de fomentar la creatividad, el talento, el descaro del jugador por encima de los corsés tácticos. Hubo quien desde diferentes áreas de influencia apostó claramente por el baloncesto de actor por encima del de autor. Quien entendió que lo más importante del juego lo aportan los jugadores, protagonistas principales de éste y todos los deportes, sean individuales o colectivos.
Jugadores talentosos, descarados, valientes, técnicamente preparados, son los que nos han proporcionado mayores satisfacciones al deporte. Jugadores formados adecuadamente, dotados de un instinto especial e impulsados por sus entrenadores a desarrollar su ingenio en la pista. Navarro y Pau son dos ejemplos, curiosamente dos amigos desde la infancia, curiosamente dos jugadores que desde muy jóvenes destacaron mucho más por su inteligencia y calidad que por su músculo. Cada uno en un estilo, cada uno de una manera diferente pero ambos explotando sus virtudes, su esencia.
Y ese desarrollo personal les ha llevado a convertirse en los dos mejores jugadores españoles del momento. Esa fidelidad a una manera de entender el baloncesto basada en la lectura del juego, en la mirada, en la técnica como principal argumento para luego, evidentemente, dotar a ese juego de las necesarias dosis de velocidad y calidad física. Dos ejemplos que deben ser utilizados como referentes para las nuevas generaciones de jugadores y ¡sobretodo! de entrenadores.
Porque si alguien hubiese pensado que ni uno ni otro podrían haber llegado a la élite por enclenques – lo eran – el baloncesto se hubiese quedado sin dos superstrellas. Porque si algún obseso del músculo hubiese querido transformar sus cuerpos el resultado siempre hubiese sido inferior. La lección que el baloncesto nos enseña con Navarro y Pau Gasol es que a partir del talento hay que trabajar para que el jugador desarrolle su creatividad, su baloncesto. Y que además, ese tipo de jugadores talentosos no dejan jamás de ser ellos mismo para a partir de ahí progresar, crecer deportivamente, adaptarse a las nuevas y constantes dificultades superándolas desde la calidad.
Seamos inteligentes desde la formación y ayudemos a los jugadores a ser ellos orientándoles y educándolos en aquellos aspectos mejorables. Es obvio que la mayoría de “mortales” no son ni serán estrellas pero sí que hay algunos que tienen algo especial que vale la pena fomentar, algo que no siempre está a la vista por lo que vale la pena apostar. Navarro y Pau Gasol representan la esencia del baloncesto y esa esencia les permite meter 25 puntos cada uno en el partido que enfrenta al mejor equipo europeo y al mejor de la NBA. Esa esencia les ha permitido, junto a sus compañeros, colgarse la medalla de oro en un Mundial o protagonizar la mejor final olímpica de la historia además de ganar todos los títulos ganables con sus respectivos equipos. Que ese ejemplo sirva para todos y que desde minibasket los entrenadores fomenten en sus jugadores, además de la imprescindible buena educación deportiva, la calidad, la esencia.